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Post 1. Email de X a Y

Email de X a Y.
Asunto: Desde el cielo
Fecha: 19 de Julio 2014

Querido Y:

Esta es la primera carta que escribo y envío directamente mientras viajo en un avión. Me encuentro en este momento surcando los cielos camino de la ciudad de Seattle.

Si recibiste el mail colectivo que mandamos ayer, sabrás además que inicio en estos momentos un viaje de trabajo para ver si consigo resolver un borrador de proyecto de título provisional «Homo Máquina Sapiens». Sobre lo que esas tres palabras proyectan, no tengo que darte muchas explicaciones, ya estás al tanto de nuestro interés por esos temas.

Sin embargo, antes de expresar la urgencia que me lleva a escribirte sin más demora (llevo semanas pretendiéndolo), quisiera compartir contigo una anécdota, recién ocurrida, con la esperanza de esbozarte una sonrisa cómplice.

Mientras hace un rato, aún en Nueva York, embarcaba en el avión por un prolongado pasillo-embudo zigzagueante, a la vuelta de una esquina un gran panel con un anuncio publicitario de un potente grupo bancario se impuso sobre nuestras cabezas, tratando de captar la atención de los pasajeros que transitábamos bajo su augurio. Sorprendido por la asombrosa conexión que el mensaje que nos lanzaba ese anuncio establecía con los motivos de la pesquisa que oficialmente empezaba con este vuelo, me detuve y, violentando la norma que prohíbe fotografiar en ese tipo de espacios del aeropuerto, capté precipitadamente esta imagen —¡qué placer fotografiar lo prohibido!—.

noname«En el futuro las redes de transporte pensarán por sí mismas».

Antes, retomando nuestro antiguo intercambio sobre las nuevas formas de escritura, quizás merezca la pena comentarte que la foto que hice, a su vez la acabo de fotografiar ahora con el iPad desde el que te escribo —¡cámara bolígrafo en toda regla!— mientras interrumpía un momento la escritura, nueva foto directamente tomada de la pantallita de mi pequeña cámara SONY, donde se muestra la foto original. La cámara SONY está situada sobre la repisa abatible frente a mi asiento. Donde, por cierto,  estoy emparedado entre dos mujeres que duermen, lo que imaginarás es una situación bastante cómica en mis intentos contorsionistas para no despertarlas mientras resuelvo en tan estrecho espacio el laberinto de dispositivos electrónicos y acciones que me permitan avanzar en esta improvisada sintaxis de texto e imagen.

Redes de transportes que piensan por si solas… Ahí es nada el pronóstico con el que nos amenazan sin el menor pudor. En ese pronóstico, mi trayecto New York-Seattle sería un pequeño pliegue cerebral y los pasajeros no seríamos más que una suerte de fluido que se desplaza por esa especie de circuitos neuronales. O, más exactamente, quizás la imagen más atinada sería la de unos minúsculos organismos, imprescindibles para que ese gigantesco organismo mental pudiese vivir, una especie de inmenso cerebro aéreo que cubriría el cielo al modo de esa mente inventada por Stanislaw Lem que inspiró la película Solaris, de Andrei Tarkovski. Por cierto:

solaris

En esa imagen que proyecta la imaginación no seríamos, con suerte, más que el equivalente a los billones de bacterias que conforman buena parte de nuestro propio organismo, permitiéndonos estar vivos.

La coincidencia de esta imagen a las puertas de la inauguración oficial de esta inmersión en un nuevo proyecto, es aún mayor si consideramos que tenía decidido escribirte desde este vuelo (para lo que aboné 10$ por el servicio de wifi en el avión) para saber si estás bien, antes de entrarle más al tema de fondo, para el que ya habrá tiempo de ahondar durante el viaje. El último mail tuyo que recibí, en el que me anunciabas tu llegada a Taiwán de nuevo tras tu excursión por China, reportaba unas circunstancias que me dejaron algo inquieto: no te encontrabas bien. Al parecer, esos dolores de cabeza que ya desde antes de conocerte venían torturándote, no te abandonan.

Al mirar ese gran cerebro construido con líneas de metro, mi cabeza también dio un respingo, preguntándose a sí misma: ¿cómo no va a dolernos?

Desde el cielo y con cariño, un fuerte abrazo,

X

PD-El puñetero autocorrector es una pesadilla, disculpa sus deslices, se acaba la batería del iPad que me sirve de máquina de escribir “inteligente”, y debo mandar esto sin releerlo… al menos si quiero que conserve su fidelidad el título de esta carta.